
Mister Trump: el vencedor de Hitler

"Muchos de nuestros aliados y amigos celebran el 8 de mayo como el Día de la Victoria, pero nosotros hicimos más que cualquier otro país, de lejos, a la hora de lograr un resultado victorioso en la Segunda Guerra Mundial", escribió recientemente Donald Trump en su red social Truth Social.
No sé si los descendientes de los más de 400.000 soldados estadounidenses que cayeron heroicamente en la lucha contra el fascismo podrían perdonarle al actual mandatario de su país esta profanación de la historia, que no es solo un grosero insulto a la memoria de todos los pueblos de la ex-Unión Soviética, sino a la de todos los que combatieron al hitlerismo en Europa hace solo ocho décadas.
La lectura simplista que explica todo por la ignorancia y arrogancia de Trump, aparte de minimizar su responsabilidad personal, desvía la atención de un análisis más completo del proyecto político que representa hoy el presidente de EE.UU., algo que no tiene nada de ingenuidad ni de ignorancia y mucho menos de estupidez.
Estados Unidos como país vive un momento de graves problemas internos económicos, sociales y políticos. Para lograr su objetivo de reestructurar el modelo productivo del país y resistir a los crecientes ataques del 'Estado profundo' Trump necesita movilizar a su electorado, casi como una 'fuerza revolucionaria' que garantice la continuidad de ese proyecto.
Su lema de 'Hacer América grande de nuevo' está dirigido justamente a este público: muy ignorante, básico, ordinario y necesitado de un líder autoritario, capaz de asumir el rol de guía y protector. El único destinatario del discurso cambiante, incoherente e irracional de Trump es este público, que ni recordará las promesas de su candidato presidente de "acabar la guerra en Ucrania en 24 horas", entre otras cosas, porque no le interesa para nada ni saber dónde queda esa Ucrania. La versión mutilada de la Segunda Guerra Mundial sobre este 'rol decisivo' de EE.UU. en la victoria sobre Hitler es solo un lema para lograr el efecto coercitivo de la turba que se siente representada por Trump. Las opiniones, y mejor aún, los sentimientos del resto de la humanidad simplemente no le importan.

Para entender la lógica de este peligroso juego con la historia, tenemos que olvidarnos de Trump. Él no es muy relevante, aunque su grotesco y narcisista estilo de forma natural genera mucho repudio.
Lo relevante es que sus adversarios políticos, los que en estos cien días cada hora lo acusan de mentiras y de populismo, se 'olvidan' que cuando ellos estaban en el poder hicieron exactamente lo mismo, y no solo para el consumo interno de EE.UU., sino para el de todo el mundo. Los grandes expertos en falsos informes sobre "terrorismo de Cuba", "armas químicas de Saddam", "genocidio de Milosevic", "tiranía de Gadafi", "masacre en Bucha" y otras burbujas mediáticas no saben perdonar las mentiras de otros cuando no les generan ganancia a sus propios intereses, porque el doble estándar no solo es norma de su conducta política, sino que es su única manera de existir en el mundo, de lo contrario, la humanidad entera tal vez ya estaría prosperando.
El grosero juego de Trump con el tema de la Gran Guerra Patria insulta y provoca.
Pero ¿qué otra cosa podríamos esperar de este pequeño personaje que vive encasillado en un estrecho cajón del eterno sueño de su mundo, donde absolutamente todo es lucha por los negocios y por el poder y en el que cualquier otro tipo de valores humanos siempre huele a comunismo, al que él jura o cree combatir? ¿Realmente podemos exigirle algo más o deberíamos aprender a hacerle menos caso a esa pequeñez humana que tanto abunda en las altas esferas del poder?
Mucho más grave y perverso que los discursos de Trump es el actuar de sus detractores, representantes del mismo sistema. A diferencia de él, ellos conocen muy bien quién realmente derrotó al fascismo en Europa y saben perfectamente la génesis de la actual tragedia ucraniana, ya que fueron sus autores intelectuales.
No fue Trump, sino esos, los que han expulsado en nuestros días a rusos y a bielorrusos de todos los actos conmemorativos en los campos de concentración nazis liberados por los soviéticos.
Los gobernantes de los Estados bálticos tienen todo el derecho del mundo a discrepar de las políticas del Gobierno de Putin, pero cuando justamente para el 80.º Aniversario de la Victoria ellos oficialmente organizan demoliciones masivas de las tumbas de los soldados soviéticos o las plazas y las calles en sus ciudades reciben nuevos nombres que son de los verdugos de Hitler, las múltiples burradas en los discursos de Trump, al lado de eso, parecen algo bastante inofensivo. Y el colmo del cinismo es cuando estas mismas fuerzas políticas acusan de 'fascismo' a otros movimientos y partidos en Europa y EE.UU., no porque las ultraderechistas Alternativa para Alemania o Agrupación Nacional francesa no fueran peligrosas y detestables, sino porque hasta el momento, y en su actuar concreto, sus acusadores han sido mil veces más fascistas que ellos.
Sabemos que Donald Trump, a pesar de sus recientes trifulcas con el Gobierno de Zelenski, igual que él, siempre iguala el fascismo con el comunismo. Hace pocos días hubo otro aniversario que no sé si sus asesores le recordaron.
El 30 de abril de 1945, la bandera roja fue izada sobre el Reichstag, y exactamente 30 años después, el 30 de abril de 1975, la bandera del mismo color se izó sobre Saigón, de donde huían los últimos invasores estadounidenses. El color de esta bandera es el mejor recordatorio para los políticos olvidadizos de cuál es la única idea que siempre derrota al fascismo y a todas sus subespecies.
La gran victoria del pueblo de Vietnam sobre el principal imperio de occidente es la continuación de la lucha contra quienes sueñan con dominar el mundo y se creen 'grandes naciones' con derecho a estar 'por encima de todo'. Los que ahora, los que nos hablan tanto del 'fin de las ideologías', representan un proyecto absolutamente ideológico, el que puede ser combatido solo con una claridad absoluta de ideas y de recuerdos. Las guerras de la URSS o de Vietnam no fueron contra los pueblos, lenguas o culturas de Alemania o de EE.UU., sino al contrario, se libraron por la búsqueda de una posibilidad de igualdad entre todos los pueblos, lenguas y culturas. La lucha de Trump y de sus rivales políticos, que representan otra versión de lo mismo, es para mantenernos ignorantes, divididos, enfrentados y desesperanzados.
Cada vez es más evidente que ya no se trata de un abstracto 'neonazismo' como si fuera un raro fósil viviente, sino del mismo fascismo que hace menos de un siglo nos convertía en el humo de los hornos en los campos de concentración. Mientras los medios de información del mundo sigan funcionando como fábricas del no pensamiento masivo, el virus mortal del fascismo seguirá devorando países. Uno de los principales síntomas de la enfermedad es como el que tiene Trump: una incapacidad crónica para distinguir el color de las banderas sobre el Reichstag y sobre Saigón.
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